miércoles, 8 de junio de 2011

LOS ESPÍRITUS PUROS - ÁNGELES

Vivimos en un mundo rodeado de espíritus cuya trascendencia es constante, pero más allá de las constelaciones y de las estrellas, existe un universo celeste cuyos habitantes son los espíritus puros, es decir los ángeles.
En nuestros tiempos, en que lo religioso no impera, nos desconcierta la existencia y la acción de los ángeles si no poseemos de un modo suficiente el sentido de lo que es un espíritu, y precisamente si éste tiene categoría celestial, y por tanto se trata de ángeles.
Estos espíritus puros son innumerables. Las Escrituras lo repiten muchas veces, en varias ocasiones hacen referencia a esta característica esencial de la pureza de estos espíritus, llamados ángeles, desde el Deuteronomio, que los llama "las santas miríadas", hasta el Apocalipsis que evoca a las "multitudes reunidas alrededor del trono".
Tal es la existencia de estos espíritus invisibles celestiales, que los filósofos griegos Platón y Aristóteles, todo lo concebían en función del cosmos.
El uno requería una substancia separada de la materia para ser la idea de cada naturaleza; el otro no la necesitaba, pues colocaba a las ideas en las cosas mismas, pero creía en inteligencias que empujaban para hacerlas girar a las esferas celestes concéntricas a la tierra, una por esfera, lo que constituía un número muy pequeño.
Con Santo Tomás el clima es muy distinto. Ya que el esplendor de Dios que alumbra este universo infinito, es la razón de la existencia y de la naturaleza de los ángeles; también nos da razón de su número que es inagotable. Así deben ser tanto más numerosos por cuanto son más sublimes.
Y en la misma medida en que son superiores en belleza a las criaturas visibles, deben ser también superiores en número.

En este mundo de los espíritus no podría haber cuestión de dimensión, puesto que están fuera del espacio, del tiempo, y de la propia eternidad. Han sido, son y serán siempre, eternos, permanentes como el mismo Dios, de algún modo son también llamados los espíritus de Dios, que nosotros sólo conocemos con el nombre genérico de ángeles.
Para penetrar en el conocimiento de los ángeles, motivo de este libro, necesitamos una buena metafísica del espíritu. Las Sagradas Escrituras poco o nada nos dicen de estos espíritus celestes, y nos dicen que son espíritus puros.
Los llama con ocasión de las misiones que cumplen en este mundo "mensajeros". Llegan de improviso, sin que podamos comprender por qué los vemos aparecer en un caso y no en otro semejante. Desaparecen sin que tengamos noticia alguna sobre sus pensamientos, pero es indudable su presencia tanto en el mundo físico como en el espiritual.
Al ser "espíritus", significa que son incorpóreos, y por tanto invisibles para nosotros aunque en determinadas circunstancias se pueden aparecer en forma humana.
Estos espíritus invisibles, incorpóreos, de naturaleza inmaterial juegan un importante papel cósmico en este universo celeste, y sus desplazamientos es un continuo peregrinar por los interespacios.
Walt Witman, poeta estadounidense, cercano a la prosa recuerda a los versículos bíblicos, y en una obra sobre el cosmos, llama a los ángeles "soplo divino de Dios", y narra con alegorías y metáforas de gran belleza estilista, que "este soplo divino", "se posaba sobre las plantas de las praderas, y ahuyentaba los entornos de su casa de Arizona de los coyotes nocturnos". En una palabra, "ángeles en acción" en tierras americanas.
Pero, esta sublime alegoría que hace el poeta americano no nos debe extrañar, ya que para el vidente de Patmos, los ángeles gobiernan habitualmente el fuego, las aguas y los vientos, tormentas y huracanes, pero ello no nos obliga a ver en el "soplo de un huracán" a un espíritu puro.

San Agustín, que estaba rodeado siempre de "espíritus puros", llama "matinal" al primer ángel del día, porque tiene lugar con toda pureza en el "candor de la luz eterna" antes de la mañana, que es el momento de la aparición de las cosas de la existencia.
Llama "vespertino" al segundo, porque, según la expresión de Santo Tomás, es "oscuro en comparación con la visión del Verbo", y por así decirlo, cargado de la experiencia de la jornada vivida por la creación.
Etimológicamente, "espíritu" es una de las muchas traducciones del rico vocablo hebreo, "Rüaj", que puede significar: "soplo, viento, aliento".
Antiguamente, el término significaba el aire, la atmósfera, el amplio espacio entre el cielo y la tierra. Elemento misterioso, invisible, y, con todo, indispensable para la vida. Es decir, que estos "espíritus" son una fuerza vital del universo.
El lenguaje poético, audaz, que con frecuencia conservan antiguas imágenes, describe al viento como el soplo que sale de las narices de Yhavhé. Viento, soplo, espíritu que sólo puede provenir del Dios de la vida, metaforseado en los espíritus invisibles.
Por otra parte, los israelitas no especulan acerca de la naturaleza de los espíritus invisibles, y sólo se interesan en su acción, que describen con imágenes sensibles, que provienen del mundo sensible, y los definen como espíritus inmateriales, invisibles, inteligentes e imperecederos, que penetran en todas las cosas humanas.
A este respecto hay que citar la alusión que hace San Ambrosio de la presencia de estos "espíritus invisibles", en su libro De compendie vitae, y narra con profusión de detalles, que en cierta ocasión tenía que preparar un sermón, y no se le ocurrían las ideas suficientes para tal cometido.
Dice el santo, que de repente, su celda se llenó de un intenso perfume de azahar, cesó el viento que silbaba en los cristales de las ventanas, y un ligero ruido de vestiduras de seda se hizo perceptible.
Sorprendido por esta presencia invisible, alguien misterioso, le "sopló al oído", el contenido de aquel sermón.
Este tipo de extrañas manifestaciones de los "espíritus invisibles", a partir de los siglos XIV, XV, y XVI, serán muy frecuentes a Papas, santos, sacerdotes, en situaciones y circunstancias muy especiales. La palma de estas intervenciones celestiales, se la lleva San Juan Mª Vianney, el famoso Cura de Ars, cuya vida es una sucesión de fenómenos inexplicables, milagrosos, que indudablemente eran provocados por estas fuerzas invisibles, que le ayudaban en su tarea evangelizadora.
San Agustín, estuvo siempre asistido por los "espíritus puros", y los hagiógrafos, afirman que la Summa Teológica, de Santo Tomás de Aquino, le fue insuflada en sueños por los ángeles. Y quizá por esta razón sus escritos están llenos de referencias a los espíritus celestes.
El antropólogo Frazer, en un libro sobre el folklore en el Antiguo Testamento afirma un hecho de una cierta fenomenología paranormal, pero confirmada por muchos teólogos. Parece ser, que cuando se produce una "presencia invisible" a nuestro alrededor, la temperatura del ambiente baja unas milésimas de grado, fenómeno que también se produce en las apariciones de la Virgen.
La explicación es muy contundente, el "espíritu celeste", al penetrar en nuestro mundo, absorbe la temperatura del lugar, y así lo confirman los testigos que han sido objeto de estas manifestaciones celestes, pues una gran paz interior los invade. Y es que el "espíritu de Dios", mediante sus mensajeros, los ángeles o estos "espíritus invisibles", toma carta de naturaleza humana aunque nosotros no percibamos su presencia física.
En toda esta fenomenología celeste del mundo invisible, se mueven otras fuerzas, tales como: hadas, duendes, gnomos y genios; esto no tendría ninguna importancia, si no hubiese una relación entre estos espíritus y aquellos cuentos infantiles que llenaron nuestra infancia. Expertos sociólogos han llegado a la conclusión que por ejemplo, las hadas son esencialmente arquetipo de los ángeles, es decir, de los "espíritus puros".
Así, el hada madrina, representa al Ángel de la Guarda, una de las 72 entidades espirituales que, según explica la cabala esotérica cristiana, han sido destinadas por Dios para escuchar nuestros anhelos, nuestras oraciones, nuestras súplicas. No se puede afirmar rotundamente que ello sea cierto, pero sí que existe un curioso paralelismo entre ambos "espíritus", ya que ambos pertenecen al mundo de lo invisible.
Pero antes de finalizar el capítulo, exponemos un dato de fe: existen ángeles guardianes, que se mueven invisiblemente, para cumplir su misión con los destinos de los hombres. Estas inteligencias conocen los secretos de nuestros corazones y a este conocimiento de lo humano, actúan en beneficio de la humanidad.
(Cristobal Aguilar.)

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